Todos conocemos que acto es el
suicidio. Pero ¿realmente sabemos que significa? ¿Le damos la importancia que
tiene a nivel social? ¿Por qué no hablamos abiertamente sobre él?
Por un momento voy a dejar de
lado la parte psicológica y voy a centrarme en lo social y cultural para poder
entender el porque de un acto así, como en el caso de todos los trastornos
mentales que nos afectan. Para comprender los temas que nos conciernen hay que
ir más allá de la descontextualización de ellos. El hecho de cometer un intento
suicida o llevarlo a cabo con éxito no sólo concierne a los facultativos de la
salud implicados. Nos implica a todos en la medida que somos integrantes de una
sociedad que construimos cada uno de nosotros con nuestros actos. Por ello, que
alguien actúe así es resultado de que hay situaciones sociales que fomentamos y
que perduran por la pasividad general.
El quitarse la vida no es la
simple acción de actuar contra uno mismo. Detrás de este acto existen múltiples
situaciones personales que llevan a este final y, personalmente, no creo que
tratemos este tema como se merece.
Si de algo sabemos en nuestra
cultura es ocultar nuestras vergüenzas, todo aquello que no controlamos es
convertido en tabú, siendo relegado a un plano donde sólo aquellos que
indagamos asomamos para dejar entrar la luz en los temas más espinosos de la
sociedad. Que alguien decida quitarse la vida, no sólo es un fracaso personal,
como lo interpretan algunos, es un fracaso social, de todos. Esa persona que actúa
de manera tan radical no lo hace como una alternativa como otra más. Pensar que
escoge esta vía habiendo otras y que allá con él o ella no es manera de hacer.
La desvinculación o la no culpa es la manera como social y culturalmente hemos
actuado, sin ir más allá, sin crear una empatía destinada a entender porque
alguien decide actuar así y tratar de ser más comprensibles, de igual manera
que lo haríamos en otras situaciones.
La vergüenza es un factor
importante. Cuando alguien ha muerto en una familia de esta manera, se intenta
ocultar, como no hace mucho se escondía que alguien desapareciera por cáncer.
Se sigue transmitiendo cómo un acto denigrante, no sólo para el fallecido, sino
para la familia que debe buscar alguna causa menos “vergonzosa”. ¿Por qué de
esta manera de actuar?
Por un lado, el que un miembro
de una familia finalice su vida de este modo supone un fracaso en el núcleo
familiar, ya que no han podido hacer nada para evitarlo. La culpabilidad asalta
sus mentes y la ocultación puede ser un mecanismo para evitar que los demás
también los hagan culpables.
Por otra parte, vivimos dentro
de una cultura que no acepta la muerte y, por ende, no habla de ella. Se evita
aceptar que un día no estaremos y vamos transmitiendo de generación en generación la no aceptación de esta realidad, que es
dura, pero es la que hay. Por todo ello, si ya nos cuesta vivir una muerte
cercana y superarla, aceptar que alguien se quite la vida de manera voluntaria
es una tarea difícil de asumir.
Las instituciones tampoco
hacen nada relevante para que esta situación mejore. No existen suficientes
medios que traten los suicidios y los parasuicidios. Existen protocolos que se
aplican cuando ya ha habido un intento, pero no se ponen los medios para evitar
llegar a este punto.
El suicidio es un acto que está
estrechamente ligado a los trastornos mentales y no hay que banalizarlo, porque
por mucho que no hablemos de él, sigue estando ahí.
Cuando éramos pequeños nos decían
que los monstruos no existían, que no vivían debajo de la cama ni del armario,
por desgracia el monstruo del suicidio si que habita en muchas mentes y ese sí
que es real.